La ciencia al poder
El otro día leí un artículo de opinión de Pere Puigdomènech, profesor de
Investigación del CSIC, en el que comentaba sorprendido el hecho que en
España la sociedad valore a científicos y médicos muy por encima de
políticos y banqueros según el barómetro de Demoscopia, y relacionaba
esto con una idea ya propuesta por Platón en su diálogo La República: que las sociedades deberían ser dirigidas por “aristocracias del saber”.
Yo,
como persona formada en ciencias, no llevaría la idea tan lejos, es
más, prefiero pensar que idealmente la democracia funciona y de ninguna
manera se debería privar a la sociedad de elegir a sus gobernantes, algo
que tantos siglos de historia ha costado conquistar, pero no son pocas
las veces que he pensado que la política actual está completamente fuera
de lugar, casi anacrónica, incapaz de adaptarse a los tiempos que
corren, y que una fórmula situada entre la democracia actual y la
tecnocracia, es decir, técnicos en las distintas áreas ejerciendo el
poder (algo similar a lo que ha habido en Italia durante los últimos
meses), sería una fórmula mucho más funcional con los tiempos que
corren.
Mi
idea, que dudo que sea revolucionaria ni novedosa, es que las
elecciones sirvan para elegir proyectos o planes de país, una analogía
de los planes de negocios, en los que hubieran trabajado distintos
grupos de técnicos, con todos los detalles económicos y sociales
necesarios para llevar a cabo dicho plan, con previsiones, plazos para
los distintos hitos, previsión de riesgos y planes de contingencia. Así
los partidos pasarían a ser grupos de técnicos especialistas en todas
las áreas relacionadas con la dirección de un país. Desde profesionales
de la sanidad con conocimientos de gestión para el ministerio de
Sanidad, hasta ingenieros agrónomos, industriales y medioambientales
para sus respectivas secretarías de estado o ministerios, todo bien
cohesionado con economistas y sociólogos.
En
dichos grupos deberían olvidarse globalmente los términos clásicos de
la política como “izquierda” y “derecha”, “liberalismo” y
“proteccionismo”, etc. e intentar aplicar ideas y conceptos de cada una
de esas ideologías, que llevadas a los extremos nunca funcionan a largo
plazo, pero que en adecuada conjunción podrían llevar a economías y
sociedades más funcionales a largo plazo.
De
esta manera, al igual que los inversores estudian planes de negocio
para decidir si depositar o no su dinero en una determinada empresa, la
sociedad podría estudiar el proyecto de país expuesto por dichos
grupos/partidos en diferentes niveles de complejidad y detalle y decidir
así si depositar o no su voto (de confianza) en dichos proyectos. En un
sistema similar al actual, un proyecto de país debería tener uno de sus
plazos en 4 años para poder así evaluar si se están logrando los
resultados esperados en unas nuevas elecciones. Los debates electorales
serían en realidad discusiones de viabilidad de los planes expuestos, en
los que expertos de los distintos grupos evaluarían la viabilidad de
sus distintos proyectos.
Sé
que todo esto puede parecer una utopía, pero no hay duda que la
situación política y social que vive nuestro país requiere más que nunca
una visión distinta y, por qué no, relativamente utópica.
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