El 2 de noviembre de 2012 la EMA
(Agencia Europea del Medicamento por sus siglas en inglés) aprobó un
tratamiento contra la deficiencia en lipoproteína lipasa (LPLD por sus
siglas en inglés) basado en terapia génica, el Glybera®, desarrollado
por la empresa biotecnológica alemana UniQure. Gybera® se ha convertido así en el primer producto de terapia génica aprobado en Occidente para el tratamiento de enfermedades huérfanas
(¿recordáis esta nomenclatura?). Se estima que a mediados de 2013 se
tratará comercialmente a los primeros pacientes con este producto y ya
están en marcha los trámites necesarios para obtener la autorización por
parte de las agencias norteamericanas (tanto de EEUU como de Canadá).
Pero,
¿qué es la terapia génica? Quizás algunos sepáis perfectamente de qué
estamos hablando, a otros les suene y a muchos directamente les parezca
un término salido de obras de ciencia ficción. No pretendo explicar
perfectamente todos los detalles de la terapia génica, ya que ello me
llevaría varios artículos y seguramente me dejaría cosas en el tintero y
lectores por el camino, pero intentaré dar la información necesaria
para evitar malentendidos o falsos mitos y que podáis entender las bases
y la importancia de esta noticia.
Para empezar, la terapia génica se basa en el uso de DNA para tratar patologías moleculares,
generalmente mutaciones génicas, alteraciones en el metabolismo… Esto
quiere decir que si un paciente padece una mutación en un gen que impide
la correcta funcionalidad de su(s) producto(s) génico(s) (generalmente
proteínas), con terapia génica se intentará revertir esa mutación para
conseguir así “curar” la enfermedad; por ejemplo, si la expresión de un
gen producía proteínas no funcionales o no se producía proteína, con
terapia génica se introducirán copias funcionales del gen que permitirán
una expresión más o menos prolongada en el tiempo de dicha proteína,
con lo cual la alteración se verá resuelta.
Pero
esto tiene muchos niveles y matices. La terapia génica puede aplicarse a
un tipo celular concreto, a un tipo de tejido, a un órgano o incluso a
todo el organismo, y su efecto puede ser temporal o indefinido. Todo
esto viene determinado generalmente por la estrategia utilizada para
hacer llegar el DNA a su destino terapéutico. Existen múltiples sistemas
con sus correspondientes características y efectos en los parámetros
comentados.
Por ejemplo, se pueden usar pequeñas “burbujas” de lípidos (liposomas)
para que contengan y transporten el DNA, un sistema que por defecto no
está dirigido a un tipo celular concreto y cuyo efecto suele ser
temporal. Otra estrategia es rebozar microproyectiles de oro o tungsteno
con el DNA y dispararlo a través de la piel para que llegue a una
región concreta del organismo, técnica conocida como Gene Gun y que ya apareció en el artículo de transgénicos vegetales.
Incluso, en experimentación con animales se inyecta el DNA en un gran
bolo de solución salina que por perfusión se introducirá en las células
(este sistema es impensable para humanos). Pero se logra rizar el rizo
cuando el DNA se transporta usando vectores víricos,
básicamente copiando y usando el sistema que utilizan múltiples virus
que infectan a humanos (y animales) para hacer llegar su carga genética a
las células que infectan; se ha trabajado con retrovirus (familia del VIH sin ir más lejos), adenovirus (virus que suele causar resfriados, conjuntivitis…), etc.
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Imagen esquemática de un liposoma vacío |
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Ejemplo de gene gun (pistola de genes) |
La
gran ventaja de los vectores víricos es que, como ya he indicado, están
especializados en hacer llegar información genética a las células y
expresarla, por lo que su eficiencia está garantizada por siglos de
evolución; además, en muchos casos se puede trabajar con virus cuyas
dianas de infección son tipos celulares concretos, de manera que
nuestros genes terapéuticos no llegarían a todas las células sino a las
que requieren expresar dichos genes. El gran problema durante muchos
años ha sido encontrar el punto de equilibrio
entre lograr una buena eficiencia de transferencia del gen terapéutico y
evitar que el virus comience una infección real
(se podría aplicar aquello de que “es peor el remedio que la
enfermedad”); en algunos casos, incluso, debido al sistema de
integración de la carga genética de los vectores se observó que los pacientes tratados con terapia génica desarrollaban tumores. Como podéis ver “no es oro todo lo que reluce”.
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AAV2, virus utilizado generalmente para introducir genes en neuronas |
En
cualquier caso, cuando se habla de terapia génica es implícito que se
trata de terapia génica somática y no germinal, es decir, que la
modificación genética se producirá únicamente en células del cuerpo que
no puedan ser transmitidas a la descendencia. Esto es importante de
resaltar ya que de lo contrario estaríamos entrando en el campo de la eugenesia,
un concepto éticamente reprobable (del cual no voy a dar más detalles)
que se toparía con la opinión de gran parte de la sociedad.
En
el caso que anunciaba al principio del artículo, el sistema utilizado
para tratar la LPLD es el de vectores víricos, concretamente virus
adenoasociados de serotipo 1 (AAV1). Estos virus presentan ventajas muy
interesantes como el hecho de no insertarse en el genoma evitando así el
riesgo de activar oncogenes y además no produce ninguna enfermedad
conocida; en realidad su ciclo vírico implica aprovecharse de la
infección de adenovirus para llevar a cabo su multiplicación (se podría
pensar como un virus que infecta virus). El principal riesgo conocido de los AAV es que desaten respuesta inmunológica
debido a que no fuera la primera vez que se presentaran en nuestro
organismo, es decir, que hubiéramos sido “infectados” previamente por el
mismo serotipo del virus; esto nos lleva a uno de sus principales
inconvenientes: no es posible tratar 2 o más veces con el mismo serotipo de AAV (en realidad la mayoría de vectores víricos presentan problemas similares). La dosis única implica que su efecto debe ser permanente,
por eso la diana terapéutica de este tipo de vectores suelen ser
células que no se dividan ya que al no integrarse no habría forma de
lograr que ambas células resultantes de la mitosis mantuvieran el gen
terapéutico. En nuestro caso, el tratamiento busca transfectar tantas
células musculares como sea posible (AAV1 presenta tropismo por este
tipo de células), ya que son éstas las células que normalmente
sintetizan la lipoproteína lipasa.
Como podéis ver, la ciencia tarde o temprano da sus frutos,
en este caso el tratamiento de una enfermedad rara. Dicho tratamiento
ahorrará grandes cantidades de dinero a las arcas públicas ya que hasta
el momento sólo podía aplicarse tratamiento de sustitución enzimático de
forma regular (aunque se estima que el coste por dosis de esta terapia
génica será de 1,2 millones de euros). La ciencia no es un “negocio” en
el cual inviertas con la idea de recibir intereses en 1 o 2 años, pero
si se la cuida siempre acabará devolviendo con intereses lo invertido,
ya sea económicamente o en forma de una mejora sustancial de la calidad
de vida de la sociedad. Desgraciadamente en este país no se entiende ese
razonamiento.
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