Hace unos días, uno de los trabajadores de la JPL
(Jet Propulsion Pasadena Laboratory) de la NASA, el centro encargado
del manejo del Rover marciano Curiosity, hizo unas crípticas
declaraciones en las que afirmaba que “el Curiosity había descubierto
‘algo’ que cambiaría los libros de historia tal y como los conocemos”.
Estas declaraciones han hecho pensar a muchos en la posibilidad que haya
encontrado rastros de actividad biológica, en el caso de los menos
fantasiosos, actividad microbiológica. Pero el encargado del JPL no
tardó en salir a “suavizar” el mensaje implícito en estas declaraciones,
dando a entender que la misión del Curiosity al completo es motivo
suficiente para cambiar los libros de historia. Por el momento sólo
sabemos que en diciembre se resolverá este asunto con declaraciones
oficiales por parte de la NASA.
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Curiosity, el robot enviado a Marte por la NASA |
Hasta
entonces, me gustaría hablaros de cosas más mundanas y terrenales,
aunque no menos espectaculares y que además ligan perfectamente con esta
introducción espacial: microorganismos extremófilos.
Y es que cuando se habla de encontrar vida en otros planetas o cuerpos
celestes (como los asteroides y cometas) los científicos no buscan
hombrecillos verdes con antenas sino formas microbiológicas de vida, o en su defecto, trazas que nos permitan inferir su presencia presente o pasada,
es decir, el efecto que causan los microorganismos en su entorno. Como
actualmente las características de Marte no parecen las más idóneas para
albergar vida tal y como la conocemos (basada en compuestos de carbono,
oxígeno e hidrógeno y en ambientes con agua), conocer formas de vida
que sobrevivan en condiciones extremas puede ser una muy buena manera de
prepararnos para detectar vida en Marte u otros lugares fuera de
nuestro planeta.
En
cuanto a temperatura se refiere, el rango habitual para encontrar
formas de vida microbiológica en la Tierra está entre los 5 y los 45ºC.
Cualquier bacteria que viva habitualmente a temperaturas más altas o más
bajas se considera termófila o hipertermófila si vive a más de 45ºC y psicrófila o criófila si vive por debajo de 5ºC.
Las
termófilas e hipertermófilas son generalmente bacterias del dominio
Archaea; las primeras pueden vivir en rangos amplios de temperatura que
van desde los 20 a los 75ºC y las segundas viven a temperaturas de entre
60 y 120ºC siempre que haya agua en estado líquido (en volcanes submarinos por ejemplo). Ambos grupos tienen metabolismos muy rápidos y vidas cortas sustentadas por proteínas termoresistentes
que permiten desarrollar todos los procesos vitales a temperaturas a
las que otras proteínas hubieran perdido completamente su funcionalidad.
El récord de vida a elevada temperatura lo ostenta Methanopyrus kandleri
que se reprodujo durante 24 horas a 122ºC. La temperatura máxima
teórica para la vida tal y como la conocemos sería 150ºC ya que a esta
temperatura el DNA y otras moléculas imprescindibles para la vida
pierden su estructura. En el grupo de las termófilas encontramos a Thermus aquaticus,
descubierta en un manantial del Parque Nacional de Yellowstone (EEUU);
¿por qué nombro esta bacteria en particular? Porque su DNA polimerasa
(Taq Polymerase) es una de las claves para el desarrollo de la Polymerase Chain Reaction (PCR),
piedra angular de la mayoría de laboratorios de biología molecular. Su
importancia reside en la posibilidad de subir la temperatura hasta 95ºC
para separar las cadenas de DNA sin perder la funcionalidad de la
enzima.
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Aguas termales en el Parque Nacional de Yellostone, EEUU |
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Thermus aquaticus, bacteria termófila que habita aguas termales |
En
el otro extremo tenemos a las psicrófilas o criófilas, bacterias que
pueden vivir entre los 15 y los -15ºC; en el caso de bacterias que viven
por debajo de 0ºC también suele darse la característica de que
sobrevivan a elevadas concentraciones de sal (halófilas),
ya que es la única forma de que el agua no se congele a esas
temperaturas. Su estrategia para sobrevivir a estas temperaturas suele
ser la síntesis de membranas celulares químicamente preparadas para evitar la rigidez que causan las bajas temperaturas y producir proteínas con características anticongelantes para mantener el interior celular en estado líquido y proteger el DNA.
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Bacteria psicrófila observada en un microscopio electrónico de barrido y posteriormente coloreada |
A lo largo de los artículos publicados en este blog se han visto otros tipos de extremófilos como acidófilos (bacterias que viven a pH ácido como Helicobacter pylori), resistentes a la radioactividad (Geobacter sulfurreducens)…
Pero uno de los casos más extremos es el que ha sido descrito recientemente en un artículo de la revista PNAS, un caso de poliextremofilia compartido por todo un nicho microbiano de múltiples especies. Se trata de un lago salado enterrado bajo 15 metros de hielo desde hace 2800 años en la Antártica, cuyas condiciones son -13ºC, 200psu de salinidad (es decir, 200g de sal por litro, cuatro veces más salado que el mar), cierta acidez (pH 6), ausencia de oxígeno y de luz y el detalle de haber estado aislado, energéticamente hablando, durante más de 2800 años. Teóricamente hablando, estas son las condiciones que podríamos encontrar en algunos asteroides
que orbitan en el sistema solar. Se cree que cuando el lago fue sellado
contenía restos orgánicos producidos en base a la energía solar, es
decir, en condiciones “normales”. Pero desde entonces ha habido
actividad metabólica continua, aunque más lenta ya que las reacciones
químicas se producen más lentamente a bajas temperaturas, sin llegar a
agotar energéticamente el “ecosistema”; con esto quiero decir que no se
han desarrollado procesos metabólicos de agotamiento
tales como la metanogénesis, la reducción de sulfatos o la fermentación
generadora de hidrógeno propios de fases finales de descomposición. La
explicación a este hecho no es clara para los investigadores y han
descrito algunas hipótesis entre las que se encuentra la posibilidad de
procesos abióticos, es decir, sin intervención de microorganismos, que
hayan aportado hidrógeno, óxido nítrico y otras formas químicas de
nitrógeno que supondrían fuentes de energía química para los
microorganismos. Como nota curiosa, indicar que el lago estudiado se
llama Lake Vida
(Lago Vida); aunque su nombre proviene de Vaida, que es como se llamaba
uno de los perros de la expedición de Nimrod (1910-1913), no deja de
ser paradójico que en 1958 lo nombraran Vida cuando difícilmente se
hubiera podido pensar que contenía “vida”, y que 50 años más tarde se
haya descubierto que sí tiene realmente “vida”.
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Esquema que muestra la situación y estructura del Lago Vida, Antártica |
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Imagen del Lago Vida, Antártica |
Se
suele decir que la vida se abre paso en las condiciones más extremas, y
esto, en parte, nos permite imaginar que no sea tan improbable
encontrar vida en el espacio; sólo es necesario saber qué buscar.
Fuentes:
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