China, investigación básica y medicina tradicional: las enseñanzas del premio Nobel de Medicina 2015.

La crisis de los refugiados en que Europa lleva meses inmersa ha recordado al continente (y quizá al conjunto de Occidente) que hay otro mundo ahí fuera, con problemas diferentes de las trifulcas del primer mundo que ocupan la mayor parte de informativos, diarios y tertulias, dentro y fuera de las ondas. El campo de la salud no es ajeno a esta división, como demuestran las cifras de mortalidad asociada a diferentes tipos de enfermedades en una y otra parte del planeta.

Sin embargo, la prioridad sanitaria de este innegable primer mundo es la mejora de la salud de sus habitantes, lo que lleva a la concentración de la inversión económica en enfermedades que nos tocan mucho aquí, pero poco allá. Y al consecuente abandono de las enfermedades endémicas del tercer mundo. Pero no todo son malas noticias. Existen científicos e iniciativas globales que luchan contra estas enfermedades.

Como cada año, el pasado mes de octubre se entregó el Premio Nobel de Fisiología o Medicina. Esta vez, no solo premió a diferentes investigadores cuyos descubrimientos han sido clave para mejorar el tratamiento de algunas de estas enfermedades, sino que permite llamar la atención sobre otros aspectos de la investigación biomédica que se nos olvidan fácilmente.

Fotografía de Streptomyces en cultivo (fuente).
En 1972, Satoshi Ōmura, microbiólogo japonés, comenzó a colaborar con los laboratorios de investigación de Merck Sharp and Dohme (MSD) para encontrar compuestos antimicrobianos producidos por la fermentación de otros microorganismos. De hecho, Ōmura trabajó con el género de actinobacterias Streptomyces, el mismo en el que se había descubierto en 1943 la estreptomicina, uno de los antibióticos más importantes.

Tras superar las dificultades técnicas del cultivo, Ōmura seleccionó los cincuenta cultivos más prometedores entre varios miles, que fueron analizados en el laboratorio de William C. Campbell en MSD. Allí, se descubrió que uno de los cultivos era efectivamente un buen antibiótico. Campbell y sus colaboradores extrajeron la avermectina, el compuesto que le daba esta acción, y la modificaron de manera química para que fuera más potente. Años más tarde, propusieron su uso para tratar la oncocercosis o ceguera de los ríos, una de las principales causas de ceguera. En el estudio clínico que siguió, quedó demostrada la eficacia del fármaco contra esta enfermedad y contra la filariasis linfática, una de las causas de elefantiasis.

Los descubrimientos de Ōmura, Campbell y sus colaboradores, así como el hecho de que MSD, gracias a la influencia de uno de sus directores, produce y distribuye el fármaco gratuitamente entre quienes lo necesitan, han permitido que estemos en el buen camino para erradicar estas dos enfermedades antes de diez años. Un camino que, sin duda, debería ser el recorrido para todas las enfermedades.

De iquierda a derecha, los tres ganadores del Nobel de Medicina 2015: Campbell, Ōmura y Tu. Fuente: CNN.

El Nobel en medicina de este año está compartido por Ōmura (1/4), Campbell (1/4) y Youyou Tu (1/2), investigadora china que descubrió la artemisinina y sus derivados semisintéticos, que son el tratamiento actualmente estándar contra el tipo más mortífero de malaria. El proceso científico que llevó al descubrimiento de estos fármacos fue parecido al de Ōmura y Campbell: Tu buscó compuestos que actuasen contra el parásito de la malaria en preparados complejos que se sospechaba que podían contenerlos. En este caso, recurrió a más de 500 recetas de medicina tradicional china contra la fiebre, lo que le permitió descubrir las propiedades antimaláricas del extracto de una planta nativa de la región, el ajenjo dulce o chino (Artemisia annua), y de uno de sus compuestos en particular, al que llamaron artemisinina.

Imagen de la campaña reciente #SinCiencia no hay futuro (fuente).
Se calcula que la artemisinina, la avermectina, y sus derivados, han salvado millones de vidas desde sus descubrimientos. Este premio subraya varias enseñanzas. En primer lugar: desconocemos una cantidad ingente de cosas que quizá nos podrían ayudar a salvar las vidas que amenazan cientos de enfermedades sin tratamiento. Con más de cinco millones de especies vivas por descubrir, el número de posibles fármacos que la naturaleza ya produce, sin nuestro conocimiento, se intuye enorme. Esta es una de las razones que hacen necesaria la investigación básica. Y no solo habla de conocimiento, sino de potencial económico.

En segundo lugar, podemos extraer una conclusión más técnica. A pesar del auge reciente del diseño racional de fármacos, este premio señala que el proceso de descubrimiento tradicional, a partir de la observación estocástica de efectos farmacológicos de productos naturales, y la extracción y mejora de los compuestos químicos responsables, es aún una alternativa prometedora. De hecho, el cribado fenotípico de grandes librerías de compuestos es una de las tecnologías de moda en el desarrollo de nuevos fármacos.

Por último, el premio a Youyou Tu no solo es el primer Nobel concedido a un investigador chino, sino que la investigación de Tu se ha desarrollado enteramente dentro de las fronteras chinas. Con el cambio de siglo, es probable que la investigación desarrollada fuera de los grandes polos tecnológicos de Estados Unidos, Europa y Japón nos dé más sorpresas.

En definitiva: a Tu, Ōmura, y Campbell, este Nobel les reconoce su labor efectiva contra enfermedades, endémicas del tercer mundo, que provocan grandísimas pérdidas humanas y materiales. A nosotros, como miembros de la población más privilegiada del mundo, nos recuerda que tenemos la obligación moral de luchar no solo contra las enfermedades que nos afectan a nosotros, sino contra todas ellas, y que vencer en esta lucha es posible. Por ello somos científicos.

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