¿Os
imagináis ver el mundo en dos dimensiones? La vida como una pintura
sobre un lienzo. Imaginad la playa, la piscina o cualquier otro paisaje
idílico veraniego – que espero todos estéis disfrutando o vayáis a
disfrutar en un futuro no muy lejano – como un póster: las palmeras
pegadas al mar y éstas, a su vez, pegadas al horizonte que está pegado
al cielo. Un mundo sin profundidad, sin comprender los conceptos lejos y
cerca. Y alargar el brazo creyendo que vas tocarlo todo a la vez.
Ésta
fue la vida de Susan Barry hasta que cumplió los 48 años. Con solo tres
meses de vida, la pequeña Susan desarrolló estrabismo y, tras tres
operaciones, consiguió enderezar sus ojos. Pero no su visión: todos los
objetos quedaban pegados en un único plano. La peculiar manera con la
que Susan veía el mundo se debía a que no había desarrollado la visión binocular que es el tipo de visión en la que los dos ojos funcionan
conjuntamente.
Susan Barry
La
superposición de las imágenes que perciben los dos ojos sirve para
crear una sola imagen tridimensional. El científico e inventor Charles
Wheatstone fue el primero en sospechar, cerca de 1830, que las
diferencias entre las imágenes recibidas por los dos ojos eran
necesarias para que el cerebro generara la sensación de profundidad. De
hecho, inventó un instrumento que utilizaba espejos para confirmar que
cada ojo veía una sola imagen. Lo llamó estereoscopio.
Si
queréis comprobar la necesidad que tiene un ojo del otro para percibir
el mundo en tres dimensiones, basta con que os tapéis uno de los dos e
intentéis coger algo que os quede enfrente. Notaréis que os costará
calcular la distancia y será peor cuanto más tiempo esté tapado. La
infancia de Susan fue así y también lo fue la adolescencia y la adultez.
Pero su mundo monocular no le impidió llevar una vida normal; Susan
aprendió a vivir con su peculiar manera de ver las cosas. Estudió
biología, hizo el doctorado y trabajó como profesora de neurociencia en
distintas universidades de Estados Unidos. Desde 1992 trabaja como
profesora de Biología y Neurociencia en el Mount Holyoke College, en
Massachusetts.
Susan
daba por perdida su batalla de ver en tres dimensiones. Ella, como
neurocientífica, sabía mejor que nadie lo del periodo crítico y la plasticidad cerebral. De hecho, ella misma había explicado en muchas de sus clases a
sus alumnos la imposibilidad de restablecer alguna de las funciones –
como el lenguaje o la visión – pasado un tiempo al que se le llama periodo crítico.
Imágenes de una prueba utilizada en 1899 para confirmar la visión binocular.
En
el caso de distorsiones en la visión, numerosos estudios muestran casos
de niños con estrabismo severo que han perdido la visión binocular de
manera irreversible cuando su corrección se ha realizado más tarde de
los tres años. El científico M. S. Banks concluyó que el periodo crítico
en el ser humano para problemas en la visión es el comprendido entre el
año y los tres años de edad, ya que es en esta época cuando la
información binocular se utiliza para construir la visión en tres
dimensiones en el córtex cerebral.
Pero
cumplidos los 40, Susan comenzó a tener dificultades con su visión. Le
costaba ver la distancia a la que se encontraban las cosas y la vida se
le hacía incómoda. Así que en febrero del 2002 decidió visitar a la Doctora
Theresa Ruggiero, una optometrista, y comenzó unas sesiones de terapia
visual. Tras los ejercicios, el milagro sucedió: “las cosas más normales
se volvieron extraordinarias. Las lámparas flotaban y los grifos
lanzaban agua al espacio”, aseguró Barry.
El
retrovisor del coche también flotaba, de repente, cerca de su oreja. Y
ese mundo en dos dimensiones fue engordando y tomando la profundidad que
le tocaba. La doctora Ruggiero aseguraba que durante su niñez debió
tener algún momento de visión binocular o no hubiera sido posible que la
desarrollara de mayor. Sin embargo, ella no recordaba tal periodo y,
además, su capacidad visual no hacía más que aumentar.
Susan
decidió escribir una carta al neurólogo Oliver Sacks contándole su
caso. A éste le interesó tanto el casó que fue a visitarla a
Massachusetts y escribió en el periódico New Yorker el artículo “Stereo Sue”, título que se convertiría en el nombre de Susan a partir de entonces. Desde la fecha, numerosos médicos comenzaron a seguir su caso con interés
ya que, hasta la fecha, se creía que si alguien no tenía experiencias
binoculares antes del periodo crítico, los mecanismos celulares que
permiten tal percepción morían o dejaban de funcionar. Y esta parada se
creía irreversible.
La
recuperación del mundo en tres dimensiones que experimentó la
neurocientífica planteó nuevos enigmas. ¿Podría ser que si los circuitos
y las células responsables de la visión binocular sobrevivieran al
periodo crítico, pudieran ser reactivadas después?
En
la actualidad se sabe que entre un 5 y un 10% de la población tiene
poco o nada de visión binocular y Susan se ha convertido en la esperanza
para todos ellos. Por lo menos, su caso promovió que se estudiara la
capacidad de recuperar la plasticidad cerebral. Un estudio
del 2008 muestra cómo la proteína Otx2 es la responsable de la
maduración de las células encargadas de la visión binocular y se
encuentra en grandes concentraciones durante el proceso de desarrollo de
esta visión. ¿Tal vez su administración ayude a restablecerla?
Antes del periodo crítico, se observan elevados niveles de Otx2.
Sea como sea, una cosa está clara: Susan pudo.
Si queréis saber más sobre esta historia, la misma Susan escribió el más que recomendable libroFixing My Gaze: A Scientist’s Journey into Seeing in Three Dimensions
(también en español; Fijar la mirada: un viaje científico a la visión
en tres dimensiones) en el que explica anécdotas sobre su percepción del
mundo en tres dimensiones y que fue top ten en ventas en la sección de
libros científicos de Amazon en el año 2009.
Para
terminar, podéis disfrutar de la charla que dio en un TED explicando
sus experiencias. Apretando CC, podéis seleccionar los subtítulos en
inglés.